Educador popular: Hay que saber trabajar los métodos de crianza de la comunidad con los más jóvenes

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    Educador popular: Hay que saber trabajar los métodos de crianza de la comunidad con los más jóvenes

    Caracas, 15 de octubre de 2025.- “En la ciudad, desde las cosmovisiones de los pueblos indígenas, tenemos un modo de recuperar las prácticas de diálogo y conversación con la madre tierra”. Así lo dijo Juan Carlos Nina Bautista, educador popular boliviano, en el programa “En clave comunal”.

    Juan Carlos Nina Bautista, conocido como Archi, es especialista en Ciencias Jurídicas y promotor de líderes juveniles con un enfoque comunitario en barrios populares de la ciudad de La Paz, en Bolivia, y fue uno de los más de doscientos cincuenta invitados del extranjero que asistieron al Congreso Internacional en Defensa de la Madre Tierra realizado hace unos días en Caracas.

    Nina Bautista relató que las sabidurías ancestrales no están ausentes en los espacios urbanos, sino que habitan las ciudades, especialmente en sus periferias. En La Paz, Bolivia, la experiencia de los yapus urbanos —espacios de siembra bajo un sentido ancestral— surgió como propuesta para construir ciudades interculturales desde los saberes indígenas.

    “La ciudad de La Paz es una hoyada, donde el centro de la ciudad está más o menos al fondo de la hoyada y en las periferias existen unas quebradas donde se sube y se baja a los hogares a través de las gradas. Una de estas gradas conduce hacia El Alto, donde comienza el altiplano y, con él, la expansión de esta otra ciudad colindante. Nosotros, desde nuestra experiencia, impulsamos los yapus urbanos como una propuesta de sabiduría indígena aplicada a los espacios urbanos, orientada a la construcción de ciudades verdaderamente interculturales”, contó.

    Nina Bautista contó que la iniciativa nació tras la observación de una jardinera pública, mientras bajaba unas gradas, donde una pobladora llamada Sonia, una mujer de pollera (una indumentaria cultural andina de los Andes), cultiva papa, repollo, zanahoria y cebolla como forma de cuidado comunitario.

    La joven boliviana le dijo a Nina Bautista: “La mejor forma que yo tengo de cuidar la jardinera es sembrar”.

    Narró que fue en ese momento cuando se le ocurrió la idea de impulsar un proyecto para sembrar y cosechar papa en la ciudad. “Así nació esta iniciativa de siembra y cosecha de papa en espacios urbanos, en territorios populares, como forma de recuperar prácticas ancestrales en la ciudad”, manifestó.

    El educador popular expuso que, inicialmente, le llamaban huertos urbanos a estas jardineras; pero, después, se dieron cuenta de que eran diferentes. Señaló que en estos huertos había algo que no coincidía con el nombre, porque habían visto huertos urbanos en otros espacios.

    “Le preguntamos nuevamente en el proceso a doña Sonia: ¿Qué es lo que usted hace antes de sembrar, porque es con saberes ancestrales? Entonces queríamos saber las características de esos saberes ancestrales. Y ella nos dice: ‘Lo primero que yo hago es pedirle permiso a la madre de tierra y darle un pago a la tiramama’ ―así ella le pone el nombre a la madre de tierra―. ¿En qué consiste? Consiste en colocar un pedazo de sebo de llama con cuatro hojas de coca. Cava unos 20 centímetros ―o 15 centímetros― en el centro de la jardinera, lo coloca y lo tapa. Le echa un poco de vino y le dice que dé buena siembra, que se sirva la tierra para que ella luego nos sirva de papa. Y así es como ella hace su pequeño ritual pidiendo permiso. Y posteriormente, en un mes, empieza a sembrar”, explicó Juan Carlos Nina Bautista.

    ‘Yapus’ urbanos’

    Juan Carlos Nina “Archi” Bautista relató que el seguimiento al ciclo agrícola de doña Sonia reveló una dimensión espiritual y comunitaria que trasciende la técnica de cultivo.

    “Les cuento todo esto porque, después de que desarrollamos todo el ciclo agrícola, acompañando a doña Sonia en el seguimiento de su siembra de papa, en ese proceso, notamos que la papa, se siembra más o menos entre octubre y noviembre, y que hacia febrero comenzamos a tocar música tarqueada para cantarles a las flores de esa jardinera. Doña Sonia decía que había que cantarle. Entonces tuvimos que aprender a tocar, y preguntamos a los vecinos quiénes sabían música. Salieron los abuelos, y así empezamos a tocar. Ya para mayo, más o menos, comenzamos la cosecha de la papa”, subrayó.

    La reflexión colectiva llevó a resignificar el espacio como yapu urbano. “Hay muchos pasos que deben seguirse en este ciclo agrícola para la siembra y crianza de la papa. Una vez concluido todo ese proceso, nos preguntamos: ¿todo lo que hemos hecho es un huerto urbano en la ciudad? Con algunos amigos comentamos que no, que no se trata de una chacra urbana. En Aymara, ‘chacra’ se dice yapu. Entonces dijimos: en las comunidades rurales se les llama yapus a las chacras donde se siembra papa. Es decir: chacra en aymara significa el espacio de tierra destinado al cultivo de papa en el área rural”, detalló.

    Precisó que, en el caso de la ciudad, serían yapus urbanos: chacras o espacios de tierra donde se siembra papa en contexto urbano. “Y ahí está la diferencia: mientras los huertos urbanos pueden incorporar técnicas sustentables desde la ecología, los yapus urbanos se cultivan exclusivamente con saberes y prácticas ancestrales. Esa es la diferencia. Por eso los hemos denominado yapus urbanos. Realizar esta operación permite recuperar lo que ya existe en el barrio”.

    El boliviano aseguró que, desde esta visión, “tenemos un modo de recuperar las prácticas de diálogo y conversación con la madre tierra, desde los pueblos indígenas en la ciudad”.

    Señaló que la falta de respeto hacia la naturaleza no humana nos ha llevado a la crisis ambiental global que hoy afecta a la vida toda.

    Crianza y disputa en la ciudad

    Juan Carlos Nina Bautista, promotor de líderes juveniles con un enfoque comunitario en barrios populares de la ciudad de La Paz, explicó que el proceso de recuperación de prácticas ancestrales en espacios urbanos se articula mediante el método del uywaña.

    Uywaña significa ‘crianza’ o ‘criador’. La crianza tiene la característica de amparar, cuidar, aportar, ayuda, constituir al otro, contagiarle la amistad, el amor, el estar bien, el sonreír, el llorar. Todo lo que puede hacer una persona cuando está junto a otra, pero también es recíproca; quiere decir que aprende del otro, se deja constituir por sus características”, indicó.

    Enfatizó que este método ancestral, practicado por los abuelos para cuidar la tierra, los ríos y las montañas, contrasta con el método moderno de la ciudad, que convierte la naturaleza no humana en objeto de dominio: cemento, ladrillos, gradas, asfalto.

    “Se combinan dos métodos: no se trata solo de disputar la ciudad, sino también de criar. Nuestros pueblos han aprendido a convivir con ambos: el método de la lucha y el método de la crianza, incluso en el acto de constituirse mutuamente con el opresor. Quiere decir que en momentos donde la ciudad excluye, viola tus derechos, intenta que olvides tus prácticas culturales. Nuestras ciudades luchan”, reflexionó.

    Expansión de los ‘yapus’ urbanos

    Juan Carlos Nina Bautista, especialista en Ciencias Jurídicas, dijo que la experiencia iniciada con doña Sonia se multiplicó.

    “Con doña Sonia arreglamos el cerco, y desde el proyecto decidimos construir algunos más; habíamos planteado hacer unos treinta cercos para treinta jardineras. Justo vino la pandemia, y como la gente tuvo un poco más de tiempo, empezaron a mirar y a preguntar por qué le colocábamos cerco a la vecina. Les decíamos: porque la señora siembra papa, y lo hace con saberes ancestrales. Entonces alguien decía: ‘Yo también puedo hacerlo, yo vengo de tal provincia, de la provincia Camacho, o de otras’. Y ahí tuvimos que adecuar el método, diversificar las formas de siembra y cosecha”, contó.

    Declaró que las formas de siembra y cosecha de cada territorio son particulares. “La siembra no se realiza en una fecha única, sino en ciclos y cada una con sus propias prácticas, con sus propios rituales y con sus lógicas. En cuatro vacíos de la ladera oeste del macrodistrito Cotahuma, desarrollamos 200 yapus, donde pudimos cosechar 150 arrobas de papa, entre todos los pobladores”, ilustró.

    Además, Nina Bautista informó que se implementaron yapus escolares en dos colegios, como estrategia pedagógica para que los jóvenes dialoguen entre los conocimientos ancestrales. “En diálogo de saberes con los conocimientos occidentales, más urbanos, para sus carreras profesionales. Para que no dejen de sembrar papa: ese tubérculo que nos ha acompañado durante ocho mil años, que tiene su propia antigüedad y que cuenta con más de cuatro mil variedades en los Andes”, resaltó.

    Juventud, música y pedagogía comunitaria

    Juan Carlos Nina Bautista explicó que, si bien la mayoría de participantes en los 200 yapus urbanos eran familias adultas —parejas de 40, 50 y 60 años—, la incorporación de jóvenes fue clave para dinamizar el proceso; de hecho, Sonia es una mujer menor de 35 años

    “Con los jóvenes con quienes luego conformamos un grupo juvenil, comenzamos a recuperar la música, los tejidos y a dinamizar —a ‘juvenilizar’— todo lo que implica la biodiversidad, a acompañar los procesos de crianza de quienes sabían sembrar y cosechar. Se dio entonces una transmisión intergeneracional de saberes y prácticas, pero con los jóvenes el método es otro: debe ser más juvenil, más alegre, más musical”, platicó.

    Contó que jóvenes de entre 15 y 25 años participaron en la creación de música: “Música para la siembra, música para la cosecha, música para la fiesta de Todos los Santos. Con ella, se empezaron a recuperar muchas otras cosas, muchas otras diversidades que habitaban en el barrio. Y con los jóvenes, simplemente fue natural: se acercaban por el deseo de aprender música, por conocer estas prácticas culturales”.

    Adicionalmente, Nina Bautista señaló que los yapus escolares en dos colegios permitieron integrar el método del uywaña —la crianza— al plan curricular, en diálogo con la Ley de la Educación Avelino Siñani-Elizardo Pérez. Los profesores, que son también pobladores y padres de familia, aprendieron que no se trataba de enseñar a sembrar, sino de permitir que los estudiantes se convirtieran en profesores de prácticas ancestrales. “Decidimos ir al revés y aprender de ellos”, afirmó.

    “Hemos construido nuestro método y aprendimos las diversas lógicas, que puede ir de abajo hacia arriba, y el cambio también puede venir de arriba hacia abajo con el tema de la descolonización, y llegar también hasta la crianza. Compartir desde abajo y llegar a la descolonización haciendo categorías de nuestras prácticas culturales, como es el caso de los yapus urbanos y las ciudades conviviales sobre el vivir bien”, sintetizó.

    De la resistencia a la propuesta: categorías del vivir bien desde la crianza

    En conversa con la periodista venezolana Nerliny Carucí, el educador popular Juan Carlos sostuvo que los pueblos indígenas en Bolivia han trabajado históricamente con dos métodos: el de la lucha —resistencia, disputa, liberación— y el de la crianza —constitución mutua, contagio afectivo, aprendizaje recíproco.

    Explicó que la crianza no es solo cuidado, sino también diálogo espiritual y político. “Somos cristianos, pero también dialogamos con los cerros, con las montañas”, reafirmó.

    Nina advirtió sobre la romantización de la resistencia como forma de vida permanente. “Hay que saber dónde trabajar los métodos educativos, principalmente en lo urbano, sin olvidar que hay personas que se dedican con más fuerza también a la resistencia. Pero no se puede resistir todo el tiempo: la revolución pasa, y hay que saber vivirla. La liberación y la revolución no son modos de vida permanente, lineal. Por eso, tras la liberación, viene el tiempo de la crianza: constituirnos uno al otro, recuperar la biodiversidad. No basta con luchar; hay que proponer un proyecto de sociedad. En nuestro caso, ese proyecto es el vivir bien”, expuso.

    Instó a plantear otras categorías sobre justicia, derecho, educación, economía, economías plurales. “Ahí es donde un poco va la ofensiva, pero desde un modo creador, no desde un modo opresor”, añadió.

    Disputar los imaginarios

    Juan Carlos Nina Bautista manifestó que la lógica de dominación, heredera de la colonialidad, sigue operando en la forma en que se perciben las prácticas culturales originarias. “Ese enfoque de ver lo cultural como retraso siempre está ahí”, dijo.

    “Ahí entra el método de la disputa y la resistencia, pero también el momento de proponer, teorizar y proyectar las tecnologías andinas hacia el siglo XXI como formas de vida que respondan a los problemas actuales. Todo depende de cómo se transmitan esos saberes: si se reducen a prácticas únicamente antropológicas, sin propuestas de vida, un poco demagógicas, sino simplemente de forma, entonces, sí puede parecer como un atraso, y que no aporta a la vida del siglo XXI, con todas estas transformaciones tecnológicas, digitales, etcétera; y, más bien, tienes que sistematizar y teorizar las tecnologías culturales —en nuestro caso, tecnologías andinas—, pero tienen que ser muy bien trabajadas”, planteó.

    Dijo que el reto es evitar que lo ancestral sea reducido a una forma sin contenido, sin horizonte.

    Reproducir vida

    Para finalizar, el educador popular Juan Carlos Nina Bautista agradeció al programa “En clave comunal” y a la Comuna venezolana por el espacio de diálogo y reciprocidad.

    Expresó su deseo de que experiencias como la de los yapus urbanos puedan replicarse en otros territorios de los Sures globales, como parte de un horizonte compartido donde sea posible convivir con la madre tierra, cultivar esperanza y reproducir vida en lugar de guerras.

  • Investigador venezolano: La solución al problema ecológico es comunal

    Investigador venezolano: La solución al problema ecológico es comunal

    Caracas, 10 de octubre de 2025.- “Nosotros formamos parte de la naturaleza. Cuando dejamos de reconocer a la naturaleza como sujeto, como madre, y la consideramos un ‘recurso’ o como ‘algo’ que está para servirnos, la reducimos a una función meramente operativa”. Así lo dijo Pedro Borges, ecólogo venezolano, en el marco de su reflexión sobre la crisis ambiental global.

    Para el investigador caraqueño, el problema central radica en la desacralización de la naturaleza no humana, entendida no como una noción religiosa, sino como el desconocimiento de su valor en sí misma. “Cuando uno dice que algo es sagrado, está reconociendo que tiene una importancia en sí misma ―no porque sea útil o funcional, sino porque tiene un valor propio―”, explicó.

    Esto ha generado una visión instrumental de lo que nos rodea, donde la naturaleza no humana se trata como un objeto reemplazable, “como una nevera que sirve mientras enfría, y que se cambia cuando deja de hacerlo”, ilustró.

    Borges expresó que, si viéramos a la naturaleza no humana “como un sistema del cual formamos parte, y que debe estar saludable no solo porque nos afecta, sino porque tiene valor en sí misma, la trataríamos de forma muy diferente”, afirmó.

    “Tenemos un sistema capitalista que se basa en el lucro, donde todo funciona en términos económicos. Es el capitalismo —o su peor expresión, el neoliberalismo— el que le pone precio a todo y deja de valorar las cosas por su esencia intrínseca”, aclaró.

    Visión instrumental de la naturaleza

    Durante su participación en el programa “En clave comunal”, Pedro Borges, biólogo venezolano, sostuvo que la raíz de la visión de objeto de la naturaleza está en el hecho de que no la reconocemos como madre tierra. “Por eso, la expresión madre tierra es tan hermosa, porque apunta a la sacralización, al respeto profundo de la Tierra como una madre, como una de las cosas más importantes que tenemos, de las que además formamos parte”, reafirmó, en la antesala del Congreso Mundial en Defensa de la Madre Tierra.

    Para el especialista, esta ruptura se inscribe en un proceso histórico más amplio: la modernidad. “La modernidad se basó en separar, en fragmentar todo, entre otras cosas, al ser humano y a la naturaleza”, explicó.

    Detalló que esta fragmentación dio paso a una lógica individualista, donde cada cosa es valorada en función de su utilidad para el sujeto. “Cuando los demás dejan de importar —cuando solo importo yo, o exclusivamente quienes me rodean—, comienzo a percibir todo lo demás como un instrumento para mi supuesta felicidad. Entonces, vamos fragmentando todas las cosas y considerando cada cosa en función de lo que me sirve a mí. Si no me sirve a mí, no tiene sentido. Por eso, esa visión del servicio ecosistémico”, sintetizó.

    Desafíos ecológicos

    Sobre el territorio, Pedro Borges, investigador del Centro de Estudios de la Crisis Ambiental Global del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), señaló que, desde la lógica capitalista, este también es reducido a un recurso funcional.

    “Estoy aquí porque me conviene, pero si no, me voy a otro lado”. Lamentó esta visión arraigada en parte de la juventud, que desconoce el valor afectivo e histórico del lugar de origen. “El lugar donde tú naces es importante”, subrayó.

    Indicó que, desde el horizonte comunal, el territorio no solo provee sustento, sino que permite articular vínculos con quienes comparten la misma matriz de vida. Esta dimensión es clave para enfrentar los desafíos ecológicos, que —según Borges— no tienen solución desde lo individual. “Esa es otra trampa del neoliberalismo y del capitalismo. El problema se resuelve en comunidad (y con la comunidad), o no se resuelve”, aseveró.

    No toda herramienta tecnológica es válida

    El investigador Pedro Borges reconoció que la tecnología tiene un rol en la comunicación y en la vida cotidiana, pero advierte sobre el riesgo de convertirla en una falsa solución, especialmente si parte de la lógica moderna/colonial. “Yo no estoy en contra de la tecnología. Lo que estoy en contra es pensar que la tecnología va a ser así como el gran dios que va a permitir que hagamos siempre lo mismo, pero sin dañar el ambiente”, argumentó.

    Frente a la crisis ambiental global, el ecólogo cuestionó las respuestas que se limitan a sustituir dispositivos sin transformar las lógicas de vida. “Eso es una gran trampa. Por ejemplo, el uso de los automóviles. Sabemos que los combustibles fósiles son fuente de gases de efecto invernadero que calientan la atmósfera. ¿La solución son los carros eléctricos? No, la solución es reorganizarnos de forma tal que, utilizando lo que podemos utilizar sin dañar el ambiente, podamos satisfacer nuestras necesidades de transporte. Pero eso implica una transformación de la forma en cómo hacemos las cosas”, sostuvo.

    Advirtió que no toda herramienta tecnológica es válida ni todo producto tiene sentido, especialmente cuando se originan desde una civilización de muerte como la modernidad. “¿Para qué estamos usando las herramientas que tenemos?”, se preguntó, al cuestionar el uso de transgénicos como una solución a la crisis alimentaria.

    “Ese tipo de modificaciones conlleva numerosos problemas. Al alterar genéticamente una especie, se genera prácticamente una nueva, que se introduce en un ecosistema donde nunca antes ha existido. No se sabe con certeza qué consecuencias puede tener. De hecho, una de las principales causas de pérdida de biodiversidad es la introducción de especies exóticas. Sin embargo, se intenta convencer a la población de que el verdadero problema es la necesidad de producir alimentos para una población en constante crecimiento”, resaltó.

    No obstante, el biólogo desmontó ese argumento con datos contundentes: “El mundo ya produce mucho más alimento del que necesita. Un tercio de toda la comida que se produce en el mundo se bota. Se bota porque, de repente, por ejemplo, una cadena de hamburguesas cocinó cuatro piezas de carne y llegó solo un cliente, y las otras cuatro piezas las botó. O porque botas un cambur, porque tiene tres manchitas negras y no te gustó. Y te digo que, en el mundo, más o menos un quinto, un sexto de la población pasa hambre. Si usted hace un pequeño ejercicio matemático, un tercio es mucho más grande que un quinto”.

    En tal sentido, el científico aseguró que “tenemos un problema que no vamos a resolver con tecnología. Lo que tenemos es que distribuir mejor el alimento”.

    Reconectar con la vida

    Pedro Borges, ecólogo venezolano, sostuvo que uno de los pasos fundamentales para enfrentar la crisis ambiental global es reconectarse con el territorio, pero no con el cemento que pisamos, sino con el ecosistema del que formamos parte. “El sistema ecológico es como una red, incluso podría decir como una familia, para expresarlo más románticamente”, afirmó.

    El caraqueño dijo que la causa principal de la crisis ambiental global es la sobrecarga que el sistema moderno impone al sistema ecológico, contaminando aguas, suelos y alterando los ciclos naturales.

    Para ilustrar el daño ambiental, Borges recurrió a una metáfora: “Contaminar las aguas es como orinar el plato de sopa que tú vas a beber después”.

    Entre los elementos más afectados, menciona los ciclos del nitrógeno y el fósforo, nutrientes esenciales para las plantas y para los seres humanos. “Si esos ciclos se distorsionan, la vida no se hace posible”, alertó.

    “La vida es como un gran proceso que fluye de unos elementos a otros y que nos permite a todos estar vivos”, expresó, al describir la interdependencia entre plantas, insectos, nutrientes y energía solar. Reiteró que la ruptura de estos vínculos —por contaminación, sobreexplotación o monocultivo— amenaza la continuidad de la vida en el planeta.

    Subrayó que, aunque todos los seres humanos contribuyen de algún modo con la crisis ambiental, las responsabilidades son diferenciadas. Un ejemplo clave es la agricultura. Mientras la agricultura indígena establece una “relación amorosa con la naturaleza”, basada en diversidad, recuperación del bosque y respeto por la madre tierra, la agricultura industrial impone una “relación de violación”: monocultivos extensivos, uso intensivo de fertilizantes y plaguicidas, y destrucción del suelo. “Al final terminamos con un pedazo de suelo muerto que no permite la vida ni la producción de alimentos”, advirtió.

    Frente a esta lógica de muerte, el investigador propuso aprender de la agroecología y de los principios indígenas. “Podemos tomar ciertos elementos, pero aquí necesitamos construir una propuesta que sea verdaderamente nuestra, arraigada en el territorio y sustentada en esos principios”, declaró.

    Para Pedro Borges, todo diseño territorial —desde el uso del agua hasta la generación de energía— debe partir de preguntas fundamentales: ¿de dónde viene?, ¿hacia dónde va?, ¿qué ocurre durante su uso?, ¿de dónde va a venir esa energía? ¿Cómo se está produciendo esa energía?

    El conuco como saber ecosistémico

    Pedro Borges, investigador del Centro de Estudios de la Crisis Ambiental Global, acentúo que recuperar los valores éticos de la cosmovisión indígena exige primero conocerla desde otras perspectivas, libres de prejuicios. Un ejemplo es el conuco.

    Explicó que el conuco indígena opera en ciclos largos y articulados. Se abre uno nuevo cada año, pero siempre hay conucos de distintas edades, lo que permite una rotación planificada de semillas y especies.

    El científico resaltó que uno de los aspectos más complejos en el conuco es el manejo del fuego. Borges relató que las quemas no son desorganizadas, sino parte de un proceso que permite reincorporar nutrientes al suelo mediante las cenizas.

    Para Borges, el conuco es prueba de una cultura con saberes milenarios que han sostenido la vida sin destruir la madre tierra. “No tienen artículos publicados en revistas científicas en inglés, pero hay un conocimiento profundo que está más que demostrado, porque tiene miles de años de existencia. En cambio, la civilización moderna, con todos sus conocimientos, tiene cientos de años y ya está acabando con el planeta”, recalcó.

    Ecología de saberes

    El investigador venezolano Pedro Borges indicó que uno de los desafíos centrales en el abordaje de la crisis ecológica es la imposición de la ciencia moderna como único sistema válido de conocimiento.

    Aunque admitió su utilidad para responder ciertas preguntas, declaró que no todos los problemas se resuelven desde la misma perspectiva. “Hay diferentes preguntas que se responden de diferentes maneras, y hay diferentes formas de enfocar los diferentes problemas”, apuntó.

    Aseveró que la visión dominante tiende a “validar” otros saberes solo si se ajustan a sus propios criterios, lo que perpetúa una jerarquía epistémica. “Si contamos con varios sistemas de saber, ¿por qué privilegiar uno por encima del otro? Lo que se busca es un verdadero diálogo de saberes —o, como prefiero llamarlo, una ecología de saberes—, semejante a un ecosistema donde todo se vincula y se transforma”, comentó.

    El ecólogo afirmó que un diálogo honesto entre saberes es imposible si las estructuras que conforman el saber científico son racistas. “Si son racistas es imposible, por supuesto”, dijo.

    Manifestó que el diálogo entre un científico occidental y un sabio yanomami, por ejemplo, no es sencillo, porque implica formas distintas de pensar, sentir y conocer.

    “Lo importante es que exista voluntad y respeto. Solo entonces podemos emprender un camino que, aunque no es fácil, resulta fructífero: puede ayudarnos a resolver los problemas reales que enfrentamos. Porque la ciencia moderna —a pesar de sus avances y logros— ha contribuido a la destrucción del planeta en apenas unos pocos siglos. Obviamente, hay mucho que aprender de otras formas de conocimiento, pero ese aprendizaje solo puede comenzar desde el respeto”, reflexionó Pedro Borges.

    Imaginarios del progreso y la soberanía alimentaria

    El científico caraqueño Pedro Borges denunció que uno de los obstáculos para recuperar los sistemas alimentarios autóctonos es el imaginario dominante del progreso, asociado a los modelos de consumo globalizados.

    “Es uno de esos imaginarios engañosos, yo diría que venenosos, porque el ‘progreso’ está en lo que vemos por televisión. Yo veo la última serie gringa y quiero lo que ahí se muestra, o sea, ahí está el progreso. Entonces, ‘sí, yo puedo comer arepa de yuca, pero eso es porque estoy en una crisis. Cuando yo pueda volver a comprar mi hamburguesa, me como mi hamburguesa’. Y esa es la forma en que nos tienen atrapados. Y fíjate que hay mucha falsedad en eso”, deliberó.

    Frente a esa visión, el ecólogo reivindicó los tubérculos como el ñame y la yuca, cultivados históricamente en Venezuela, y denunció su desprecio sistemático por parte del sistema capitalista.

    Criticó que el sistema agroindustrial privilegia la homogeneidad y la rentabilidad: una papa de tamaño estándar, cultivada masivamente con pesticidas, procesada en máquinas y convertida en papas fritas con exceso de sal.

    “Un conuco no es muy rentable desde el punto de vista de ganar dinero, pero nos puede mantener perfectamente felices y bien alimentados, y enfatizo lo de felices porque, además, el conuco indígena no es solo una forma de producción de alimentos, es un espacio de vida”, reafirmó.

    La Comuna como respuesta ecosistémica

    Pedro Borges sostuvo que la principal relevancia de la Comuna frente a la crisis ambiental global radica en su capacidad de generar comunidad vida. “Estoy en un territorio con un grupo de personas con el que comparto la vida. Hay necesidades y todos queremos que las necesidades colectivas sean satisfechas, no solo las mías”, apuntó.

    Concluyó que “la respuesta al problema ambiental comienza por generar comunidad: una comunidad en la que exista conexión con el territorio y preocupación por los otros seres humanos que allí habitan. Entonces, ¿qué es lo principal? Planificar en comunidad y orientarnos hacia la sustentabilidad, o sea, hacia formas de vida que no distorsionen, perturben ni destruyan los sistemas que permiten la vida”.